LAS CARTAS EN 1977

El encanto olvidado de la correspondencia

 

(Reproduzco una entrada de un blog, hoy en día abandonado, dedicado a Llerena en los años 70)

En los años 70, los enamorados que estaban separados por la distancia se comunicaban por correo epistolar. Miramos al retrovisor para echar una nostálgica mirada a las cartas en 1977.

Correos era el único vínculo que permitía saber algo de la persona amada / lejana. El teléfono era caro y estaba en el salón, no permitía la mínima intimidad.

La redacción de la carta representaba todo un complejo ritual. La emoción de conseguir un papel blanco, un bolígrafo, un sitio adecuado, encontrar un momento a solas……

Una vez conseguido el entorno adecuado había que enfocar la mente en élla. A élla….decirle, contarle, expresarle, materializarte, llegar a ser tú mismo la propia carta….que tu temblorosa mano no censure lo que sientes. Que tus cortas luces y escaso entendimiento lograran reflejar los sentimientos. Cómo empezar…. cómo desarrollar…. cómo despedir…

Concluida la escritura, cerrabas el sobre; aunque no muy convencido de haberlo logrado, pero había que decidirse ya de una vez. Es como si quisieras que el proceso fuera, al mismo tiempo, lento y rápido.

Comprar un sello, buscar un buzón…. Y cuando arrojabas el sobre al buzón, algo muy íntimo se desprendía de tí. Algo en lo que habías puesto tanto sentimiento, se «tiraba» físicamente a un pozo negro y público. Era como si arrojaras tu corazón epistolar a un sorteo de incierta lotería: que podría llegar o no. (pero casi siempre llegaba)

…. y esperar…………………………………..

…. y esperar ……….. días y días….. y te consolabas pensando: «la carta está en camino, élla la recibirá».

Las cartas en 1977

Las cartas en 1977

sello llerena

Mientras tanto, el calendario no paraba. Las ineludibles obligaciones marcaban el reloj de tu vida real. Los días pasaban indiferentes a tus emociones… Aquella emoción de los días redactores se iba difuminando en lo cotidiano. Pero las cartas en 1977, al final, llegaban.

Y un día, de improviso, llega una carta. Alguien cercano te lo dice. Es de la persona amada, ¡de ELLA!. Coges el sobre completamente ciego de disimulada excitación. Saboreas el exterior del sobre y cuando lees tu nombre escrito con su letra, sientes que tu corazón empieza a bailar insolente y desbocado. Estás otra vez en la maravillosa nube.

Tienes el sobre en las manos. No quieres que nadie se entere. Pero casi nunca es el momento indicado para leerla. Normalmente, había que esperar a que llegaran las circunstancias propicias de soledad, recogimiento e intimidad. Al fin y al cabo, leer a tu amada es un precioso acto de amor.

Tienes el sobre bien guardado y cerrado. Ese sobre es más tú que todo tú. Esa espera representa un dulce tormento: lo saboreas, porque tienes la certeza de que vas a saber de élla ¡cuando tú quieras! Te sientes el dueño de la decisión. De elegir el momento de abrir el sobre. Será muy pronto.

Por fin, abres el sobre, temblorosamente. Empiezas a leer pero tu ansiedad te impide enterarte de nada. Las palabras bailan en tu inocente emoción de enamorado. Pero da igual: te abandonas y disfrutas contemplando su bella letra: ES ELLA. Tienes que (quieres) leer su carta una y mil veces. Al final, logras centrarte y «entender» lo escrito.

Ella te cuenta cosas, cosas que se te antojan sublimes, cosas que elevas a lo más alto de tus sueños. Probablemente te hace referencia a algo que tú escribiste hace semanas. Algo que, seguramente, no recuerdas haber escrito, pero da igual, soy despistado. Es élla y todo lo que emana de ELLA es incuestionable y maravilloso.

Y la embriagante emoción de esta dulce, desesperante, narcótica y lenta reciprocidad me impulsa a escribir otra carta. Pero tengo que encontrar el sitio y el momento propicio… ahora hay mucho jaleo….

Te quiero.

blog_1977

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